
El gato marciano entraba por la ventana de mi noveno piso, donde yo me creía a salvo hasta de las arañas.
El gato marciano se acercaba mirandome directo a los ojos, meciendo la cola suavemente. Me rodeaba, jugaba, ronroneaba.
El gato marciano dejaba de mirarme en cuanto yo desviaba la vista. De reojo yo podía ver cómo él lamía su pata.
El gato marciano volvía a mirarme apenas yo lo miraba de nuevo. Con actitud complaciente me decía: “Ese pelaje verde tuyo me dice que te gusta jugar con madejas de lana”.
El gato marciano daba dos vueltas más a mi alrededor. Con voz de padre preocupado me decía: “Esos ojos tan azules tuyos son indicio de debilidad”.
El gato marciano me miraba directo a los ojos sin ver más que su propio reflejo.
(Dedicado a tanto egomaniacoobsesivo que hay en este planeta)