domingo, mayo 28, 2006

POLOLO NUMERO DOS


Había tomado el tren rápido esa mañana con un nudo en el estómago. No habían ni veinte minutos de caminata desde el hotel, en el centro de Toulouse, hasta la estación Matabiau, pero tuve la mala idea de tomar el metro sólo para quedar botada a mitad de camino, haciendo transbordo a un bus, apelando a mis capacidades telepáticas para entenderle a los franceses sin comprender una palabra realmente y terminar corriendo por tres cuadras con mi mochila de 35.000 kilos al hombro y mi bolsito de souvenirs para medio Chile colgando atrás. Y no se cómo, pero llegué justo a tiempo para tomar el tren.

Como a la hora recién pude tranquilizarme y empezar a disfrutar el TGV. Repasé el plan para cruzar París en metro desde la estación de Montparnasse, en el sur, a la Gare du Nord, y ahi tomaría el tren Eurostar rumbo a Londres, donde me estaría esperando mi príncipe azul al finalizar el día. Felizmente se trataba de una sola linea de metro y en París sobraban los cartelitos indicándote donde ir.

Ya en el metro y pese a la euforia que me causa viajar, me compadecía de mi pobre espalda maltratada por la mochila y las carreras. Ponerme ese mamotreto implicaba ciertos movimientos acrobáticos capaces de sacar volando a cualquiera que estuviese a un metro a mi redonda, por lo cual no lo quise hacer dentro del carro, sino que cuando ya estaba sobre el andén.

Una vez que ya tenía la mochila sobre mis hombros, comencé a dar pequeños saltitos para acomodar los tirantes, y estaba en eso cuando me fijé que había un tipo mirándome desde dentro del carro del metro, que aún no partía, siguiendo el ritmo de mis saltitos con su cabeza. Me causó gracia y le hice un gesto como queriendo decir "c'est la vie". El metro partió y yo me fui a buscar el toilette de la estación.

Como 20 minutos después yo ya tenía identificado el lugar donde tendría que pasar la aduana, y sin nada más que hacer me dirigía hacia alla cuando escuche que alguien me gritaba “¡Hey!”. No sé bien cómo supe que me llamaban a mi, pero me di vuelta, y un tipo moreno de unos 30 años se me acerco hablando en inglés y preguntando por la estación de metro. Empezaba a contestarle cuando me dijo “¿No te acuerdas de mi? Soy el hombre del metro…”. No recuerdo bien si habré alcanzado a responder “¡¿Que?!” mientras mi cabeza procesaba a toda velocidad tratando de entender cómo podía ser si él no se había bajado conmigo, o si acaso me estaba engañando para robarme, y por qué con algo tan absurdo, etc etc.

Entonces me dijo que se había bajado en la estación siguiente y se había devuelto a buscarme para invitarme un trago o alguna cosa así. A esas alturas yo ya me sentía en un comercial de desodorante, esos que prometen hacerte instantaneamente irresistible, mientras le seguía preguntando por qué había hecho algo así y el insistía con lo del trago. Traté de explicarle que yo me iba en 5 minutos a la zona de la aduana, y de ahí a Londres donde me encontraría con mi NOVIO, enfatizando especialmente el punto, lo cual él no parecía notar. Me contó que él no era francés, sino que egipcio, pero estaba viviendo en París, y me pidió por favor que lo llamara cuando volviera.

Le dije que si volvería, pero sólo para tomar el avión de vuelta a Chile, sin embargo no dejaba de insistir, frente a lo cual no me quedo más que pasarle mi libretita para que anotara su teléfono. En la primera página anotó su nombre, “Ali”, seguido por el montón de cifras típicas de un teléfono parisino, y finalmente un muy romántico “No olvidar” rematado por un corazón cruzado por una flecha.

Todavía atónita y divertida, me fui finalmente a tomar el tren, y cuando llegué a Londres le conté a mi pololo lo que había ocurrido. Días después él me quiso dar su teléfono, en caso de que yo me extraviara o algo, y sin pensarlo le pase la misma libretita. Cuando me la devolvió, había anotado su teléfono justo debajo del de Ali y en un arranque de su maravilloso humor inglés se había autodenominado “Pololo numero dos”.